lunes, 30 de noviembre de 2009

Pis en la cama

Ella vivía con su mamá y su perra. Tenía su pieza con sus chiches, sus libros, su música. Tenía un celular para hablar con su papá, que vivía lejos. Bastante lejos, en la ciudad de la cual su mamá había decidido marcharse cuando Ella cumplió un año. Cuando Ella recién empezaba a dejar de ser bebé.

Ella ya no era un bebé. Ya no tomaba la leche en mamadera. Ya sabía escribir su nombre y hasta podía leer algunas palabras. Ya dibujaba flores y mariposas. Sin embargo, todas las mañanas cuando se despertaba para ir al jardín había un charco de pis en la cama.

Un día, la pediatra les propuso a Ella y a mamá que hicieran juntas un calendario, para ir marcando con estrellitas las noches en que Ella no se hacía pis. Cuando llegaron a casa, se pusieron manos a la obra y esa misma noche comenzó el desafío.

A la mañana siguiente, Ella despertó llorando porque se había hecho pis y no se había ganado la estrellita. Mamá dijo que no importaba, que había que seguir intentando. Probaron otra noche. A la mañana Ella se despertó enojada… ¡una vez más no había ganado su estrellita! Mamá dijo que tenían muchas noches por delante para seguir intentando. La tercera noche ocurrió lo que esperaban. Ella se despertó, llamó a mamá con un grito, y fueron al baño. A la mañana la cama estaba seca.

Esa semana se ganó tres estrellitas. La semana siguiente una. Y después no hubo más estrellitas. La verdad era que a ninguna de las dos les gustaba estar triste cuando se despertaban y descubrían un charco en la cama de Ella. Entonces mamá decía que no era nada, la cambiaba y la llevaba a la cama grande, donde seguían durmiendo contentas y tranquilas.

Pero las dos sabían que algo no andaba bien. Los compañeros de jardín de Ella no se hacían pis de noche. Pero ella sí. Mamá le explicaba que ya era grande: sabía usar el control remoto de la tele, sabía prender la compu sola, sabía llamar por teléfono a su papá sin ayuda. Sin embargo, todavía tenía eso de los bebés. Eso que no tenía que pasar más.

Pero aun pasaba. Y aunque ya no se ponían tristes, ni se enojaban, sabían que no estaba bien que todas las mañanas hubiera sábanas en el tendedero. No les gustaba el olor a pis en las frazadas. A Ella le daba vergüenza que sus compañeros supieran que todavía le pasaban cosas de bebé.¡Y qué vergüenza si se llegaban a enterar lo del pañal! Una noche, cuando vino su papá a buscarla y se quedó a dormir en la casa donde él paraba le puso un pañal para que no mojara el colchón.

Ella se ponía muy contenta cuando llegaba el papá. Pero mamá se enojaba con él casi siempre. Decía que no le hacía nada de caso: que no la llevaba al jardín, que no la llevaba a los cumpleaños, que pito, que flauta. Y esto de la vuelta al pañal la enojó muchísimo. El papá creía que esos enojos eran caprichos. Ella no entendía bien si eran caprichos o qué. Lo que sí entendía era que no le gustaban. Para la mamá no enojarse parecía tan difícil como para Ella no hacerse pis en la cama.

Pero un día mamá la sorprendió. Le propuso algo distinto: cada vez que lograra hablar con el papá sin pelear o enojarse se ganaría una estrellita. Cada estrellita iba a ser un regalo que tendría para darle a Ella cuando Ella no se hiciera pis en la cama.

A Ella le gustó la propuesta, se puso muy contenta. Y una vez más comenzaron un nuevo reto. Sabían que no iba a ser fácil, y que podía llevarles mucho tiempo juntar las estrellitas. Pero esta vez las dos estaban comprometidas con ese desafío y estaban dispuestas a no abandonarlo hasta que mamá terminara con sus enojos y ella pudiera crecer y no mojar más la cama.

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