Aranda salió de su aula y se metió en la de al lado. La de inglés, que escribía algo en el pizarrón, no lo vio entrar. Se escondió al fondo del aula, en un rincón, debajo de un banco. Pronto apareció en la puerta del aula Prado. Aranda salió del escondite, se armó de una mochila que tenía cerca y se la tiró como para bajarlo de un solo zaque. Prado se cubrió la cabeza, pero se ligó flor de golpe igual. Corrió hasta donde estaba Aranda, le pego dos o tres puñetazos y salió corriendo.
– ¡Aranda, vos no sos de sexto!, dijo la maestra – ¿Qué hacés acá?
– Hace un rato que está, dijo uno de los chicos de sexto
– Te podés ir a tu aula, Aranda.
– Usted no me falte el respeto– le respondió.
– ¿Porqué te estoy faltando el respeto?
– Porque me dice “Aranda”.
– ¿No es tu apellido? ¿Cómo querés que te llame?
– Alan
– Bueno, Alan, disculpame. Podés volver a tu aula.
Alan se paró, saludó y salió. Al rato entró otra vez. Le dijo algo a dos de los chicos y empezaron a los manotazos.
– Alan, si te querés quedar aca agarrás una hoja y te pones a trabajar.
Pidió una hoja y se puso a copiar. Al rato se levantó y salió corriendo de nuevo.
Doce menos diez tocó el timbre. Alan ya estaba con sus cosas afuera del aula. Se acercó a la entrada de su escuela pública. Los mismos cimientos de orden y progreso sobre los que se habían levantado paredes que cobijarían cultura, conocimiento, oportunidades, servían ahora de refugio a Alan. El enrejado de la entrada, le permitía ver que ya no estaba el viejo borracho que le habían dicho lo esperaba desde temprano. Volvió al patio.
Cuando vio que abrieron las puertas corrió velozmente. Sin siquiera oír los gritos de las docentes y sorteando violenta y hábilmente sus manotazos escapó. No paró hasta entrar a su casa. Se oían voces en el patio. Sonaba reggaeton en la pieza. Se sacó la mochila. Prendió la tele, se tiró en el sillón y poco a poco su corazón volvió a latir con serenidad.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario