lunes, 30 de noviembre de 2009

Un castillo y un amor

Esa noche Ella se acostó pensando en el castillo rosa y púrpura que había elegido para su torta de cumple. Mañana apagaría las cinco velitas. A partir de mañana necesitaría todos los dedos de una de sus manos para mostrar cuantos años tenía. ¡Lástima que solo podía pedir tres deseos! ¡Había tantas cosas para pedir! Y además había decidido regalarle uno de esos deseos a su mamá, que le había comprado el castillo más lindo del mundo.

La mamá quería un amor. Decía que era muy lindo tener un amor. Que uno estaba más feliz cuando tenía un amor y cosas así. A Ella le alcanzaba la cantidad de felicidad que tenía la mamá. La seño le había enseñado que el opuesto de “feliz” era “triste”, y que cuando uno está triste llora, o se acuesta en la cama aunque no sea la hora de dormir, o que simplemente la boca se pone como una media luna con las puntas para abajo. Y a su mamá no le pasaba nada de eso. No estaba triste. ¿Para qué quería estar más feliz?

Además ya había tenido un amor. Ese “Bastón” venía mucho a casa y hablaba mucho con su mamá. En verano venía seguido. A la noche, después de comer. A Ella le encantaba arrebatarle el helado que de vez en cuando traía. ¡Pero no le gustaba cuando le tocaba irse a dormir y ellos se quedaban hablando en el patio! A Ella le causaba mucha risa cuando veía que apoyaba los brazos en la mesa, la cabeza en los brazos y se dormía ahí nomás. ¡Pero no le hacía ninguna gracia cuando la mamá se le sentaba cerca o le masajeaba los hombros!

La mamá decía que estaba más contenta con un amor. Pero Ella no lo notaba. Los sábados estaba siempre apurada por terminar de limpiar. Después se tomaba unos mates rápido y empezaba a acomodar la ropa que tenían que llevar a la casa de los abuelos. Dormían allá los sábados. Ella comía con ellos, la llevaban a pasear y después la hacían dormir. La mamá salía con Bastón.

Al día siguiente, cuando Ella se despertaba, la mamá siempre estaba dormidísima. ¡Le tenía que gritar fuerte para despertarla! Se levantaban, desayunaban, jugaban un rato o salían a pasear. ¡Pero la mamá se la pasaba bostezando! ¡Y repetía “qué sueño” como veinte veces! La mamá decía que estaba más feliz. Ella la veía más apurada, más cansada e igual de feliz que cuando no tenía un amor.

Pero, bueno, mamá decía que el castillo más lindo del mundo era uno todo celeste, y sin embargo le había comprado el rosa y violeta que Ella quería. Ella ya tenía su castillo. Pediría entonces que el papá la llevara de paseo en tren, que la abuela le enseñara a hacer fideos… y que la mamá encontrara un amor.

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